Hoy ha vuelto a florecer mi despreciable flamboyán. El maldito y sucio árbol que me llena el patio primero y durante semanas de pétalos de flores, luego durante meses de diminutas hojas, más tarde deja caer unas pequeñas ramitas, a las que es casi imposible barrer del suelo de cemento, lo que se convierte en un nunca acabar. Al final he tenido que retirarle infinidad de enormes algarrobas que si me caen en la cabeza me la abren.
No hago más que lamentarme de que el implacable viento huracanado me derribara la hermosa palmera de unos 15 metros que hacía de mascarón de proa de mi casa, de la que yo estaba orgulloso y que, por ello, alguien compadecido de mi pena me regalara este árbol rañoso.
Comprenderán pues, que después de maldecirle hasta la extenuación, me haya agenciado una motosierra, con la clara intención de hundirla en su miserable tronco; pero heme aquí, que cuando la tengo engrasada y lista y ya me disponía a desgajarlo sin compasión va y florece el mal nacido.
Me ha roto el corazón no puedo más que prepararme a malvender la dichosa máquina de aserrar, sentarme a su vera para extasiarme con la maravilla de la primavera y comprar una escoba para lo que me espera.
Adjunto algunas fotos
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